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¿A cuantos personajes históricos recononces?
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lunes, 9 de enero de 2012

Y el perro flaco, merodeando, se va...






Al margen del animal que tengamos mandando al país, una nación siempre se ha caracterizado por un bicho en concreto. Así como los ingleses con su Leoncio, la Rusia zarista con sus águilas y la roma imperial con su loba, España tiene… No sé ¿La cabra de la legión?
No somos un país de muchos animales, más bien nos los cargamos en los ruedos. Bueno vale, a veces el león pero ¿Qué país no lo ha tenido? Decidido a buscar un animal que poder considerar nuestro, me encontré con la historia de uno de los mayores héroes españoles. No hablaba español, no se sabía el himno, no reconocería al rey ni sabía muy bien que era un héroe ¿Cómo es esto posible? Porque se trataba de un perro, concretamente, un alano llamado Becerrillo.

Becerrillo fue como ya he dicho, un perro. Sirvió a las tropas españolas como perro de combate durante la colonización de América. Por aquel entonces los perros no estaban para tirarles la pelota, sino más bien, para mandarles traer las pelotas de quién quisieras. Los españoles en concreto se las arrancaban a los indígenas que intentasen escapar de la comodísima vida de esclavo de las plantaciones u otros trabajos temporales que España amablemente traía al nuevo mundo junto con las fiebres y la religión. Así pues, se utilizaban los perros como manera de pararles los pies (o arrancárselos) a los indios que les diese la venada e intentasen huir.

El tal Becerrillo fue uno de estos perros psicokiller que los Españoles entrenaban en la isla de La Española. Pronto el perro destacó por su tamaño descomunal y la facilidad para cercenar huevos y otros miembros menos importantes a los que intentasen escaquearse del trabajo. Al fin y al cabo, su raza, Alano español, no solo era un símbolo de castilla, sino que encima era mezcla del Dogo y el Mastín, ambos poderosos perros de presa.




Entregado al explorador Sancho de Aragón, se fue a vivir aventuras mata-indios por la isla de San Juan. El perro se convirtió pronto en un símbolo para las tropas, ya que al contrario que otros perros esquizofrénicamente sádicos, solo atacaba a los indígenas. Por lo visto, aquello de llevar perros era más bien como si para librarte de tus vecinos le prendes fuego al piso, una manera desesperada de causar más caos. El perro debía de haber aprendido que los tipos de plumas y cerbatanas eran los “malos” y los de las corazas, escorbuto y mosquetones los buenos, o mejor dicho, aquellos que le daban de comer. Además, en vez de salírsele la cadena y montar ahí una orgía de huesos y sangre, se limitaba a una vez atrapado el indígena, arrastrarlo hasta el amo y esperar allí nuevas órdenes.
Y nada, como un miliciano de estos grillados, el perro le era más fiel a su patria que los propios generales.

“Becerrillo no era lindo pero de gran entendimiento y denuedo porque entre doscientos indios sacaba uno que fuese huido de los cristianos y le asía por un brazo y le constreñia a venirse con él y lo traía al real y si ponía resistencia lo hacía pedazos. Y a medianoche si se escapaba un preso, aunque fuese a una legua, diciendo “ido es el indio” o “búscalo”, daba en el rastro y lo traía”
Gonzalo Fernandez de Oviedo

Una anécdota que le valió al perro niveles de santo fue la que ocurrió cuando Diego de Salazar, dueño por aquel entonces del can, le dio por divertirse... Como ya sabemos, por aquel entonces la idea de diversión era un poco distinta a la que tenemos hoy. Si hoy vemos pelis violentas, ellos veían teatro y sin efectos especiales… Salazar encontró a una viejecilla indígena escondida detrás de un arbusto. Como sus hombres y él acababan de matar a unos cuantos nativos y seguían con el calentón, amenazaron a la vieja con matarla si no entregaba una carta al gobernador de la isla. La vieja, dándoselas de Maratón, puso pies en polvorosa con la carta en la mano. Y claro, aquello era la señal de ataque del monstruoso animal que Salazar sujetaba ya con todas sus fuerzas. Cuando la vieja estaba a una distancia considerable, soltaron al perro y este emprendió la persecución.
Al llegar al encuentro de la vieja, la señora se arrodilló y temblorosa, le pidió al perro que no la matase ¿Qué pasó? ¿Carnicería y riñones volando por los aires? Pues en realidad no. Lo que el perro hizo fue mirarla y pasar de ella. Aquí se pueden sacar dos teorías. La primera, fue la que sacó la iglesia, que lo llamó santo, enviado de dios y la leche o la segunda que es la siguiente: Becerrillo solo atacaba a aquellos que pretendieran huir. Al ver que la señora no intentaba nada sino que se echó al suelo mostrando que no era ninguna amenaza, el perro, adiestrado para ello, dio su labor por terminada. En cualquier caso, el perro demostró mas disciplina, sentido común y honradez que Salazar. Es triste ¡Pero su modelo de conducta era el perro!

Fue quizás por eso por lo que Becerrillo fuese tomado muy en consideración por todos los que lo conocieron. Recibió en varias ocasiones incluso más comida que los infantes de su pelotón y llegó a cobrar un sueldo, el mismo que el de un ballestero, que seguramente guardaría en un plan de pensiones para cuando le llegase ya la edad…

No obstante, como dijo el jefe Wigum: Le faltaba tan solo un día para jubilarse…
Tras varios retiros y años sabáticos, el perro pasó sus últimos días en compañía de Sancho de Aragón. Como vigilante de la hacienda de la mujer de un explorador, vio que a los nativos no se les tenía muy controlado. Y nada, que se encargase el perro. Pero con perro o sin él, la hacienda cayó en manos de los caribes y solo Sancho se salvó de la poda de cuello, pero fue mantenido como rehén. Becerrillo, como en los viejos tiempos, consiguió salvar a Sancho de un gran número de caribes, pero por mala suerte o por la licenciatura en balística avanzada de los caribes que vinieron en canoa a reconquistar la hacienda, a Becerrillo le clavaron una flecha ponzoñosa. Pero aquí no acabó la labor del perro por su país. ¡Que va, si aquí se aprovecha to! Que mayor honor que estar muerto como el Cid, metiendo miedo ya fiambre. Para seguir asustando a los indígenas, y teniendo muy en cuenta al pobre animal, lo enterraron en secreto en vayaustedasaberdonde y así no dejar claro si el perro vivía o no, pasando a ser ahora un ser casi mitológico.
No obstante,el asunto canino famoso no acaba aquí. Su hijo, Leoncillo, fue el primer perro (y posiblemente también de los primeros seres vivos de Europa) en ver el Océano Pacífico. Con la misma mala baba que su padre, consiguió incluso eclipsar a su padre, que había sido, fíjate tu qué cosas, el primer perro en ver el océano Atlántico.
Y ya que estamos hablando de perros, para no descontentar al público femenino, cito aquí también a la llamada Lebrela de Terminos, una perra española que fue se quedó en la isla de Terminos, hoy en día Isla del Carmen, durante diez meses. Hay varias versiones de porqué la perra se quedó, pero el caso es que fue abandonada por una expedición que exploraba la isla. Diez meses después, otra expedición, en concreto, la de Cortés, ese de las barbas y las manos llenas de sangre de Azteca, encontró a la perrita dando saltos de alegría, gorda y hermosota. Demostrando que no solo tenía buenas dotes para la supervivencia, sino también buena memoria, trajo a la extrañada expedición una colección de trofeos de caza, a la espera posiblemente de un “perrito bueno”. Allí se la llevaron de vuelta y tras darse a conocer su historia, fue incluida en numerosos libros de leyendas.

En fin, como vemos, España a tenido un pasado perro, pero precisamente, no fue a costa de sus perros, sino de sus amos…

Dedíquele una canción
Que ese perro es un artista
En dramas especialista
Y sabe bailar el son

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