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¿A cuantos personajes históricos recononces?
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martes, 15 de mayo de 2012

No mandes a un pastelero el trabajo de un rey


Vivimos en una época tan curiosa que si vemos al nieto del rey pegándose un tiro en el pie nos reímos, nos quejamos y lo archivamos dos semanas después en ese cajón que España tiene pendiente desde tiempos de la guerra de independencia.
Y es que hoy en día la casa real tiene tanto escándalo que ya es casi como si oyéramos llover ¿Otro millón? Piché, era de esperar de semejantes jetas.
Pero claro, un escándalo en la “corte” no significaba lo mismo hace 400 años, y además, tenían más bien pinta de sainete que de rey pegando tiros por África. Así queridos lectores  hablamos en esta entrada del caso del Pastelero de Madrigal.


Sebastian de Portugal


Nos vamos a la península ibérica en el 1594 y recordamos que pegado al sobaco izquierdo de España hay un país llamado Portugal que en su día se comió el mundo. El reino Portugués atravesaba un duro momento causado por su rey. Sebastián I de Portugal, el monarca en cuestión, fue según muchos cronistas, un místico pichafloja incapaz de tener hijos que sufrió el efecto Michael Jackson: Se hizo más amado muerto que vivo. Porque el rey, que tampoco fuese la leche, murió en la cruenta batalla de Alcazarquivir, dejando al reino a merced las codiciosas manos de Felipe II, familiar del cadáver. No obstante y cual niños pequeños, muchísimos (y cuando digo muchísimos son muchísimos) portugueses comenzaron a inventar leyendas sobre el rey, diciendo que estaba vivo y esperando el momento para “resucitar”, que era un enviado de Dios y otras paridas similares   
Juan I de Portugal
que juntadas con teorías utópicas y trovas a su persona, dieron hasta una especie de secta prohibida llamada Sebastianismo, incluso perseguida por la inquisición. Esta situación, que no deja de recordar a la del Ricardo Corazón del Robin Hood, propició la aparición de múltiples jetas que quisieron quedarse con el trono, como el caso de Antonio I de Portugal, el cual se proclamó rey con gran ovación popular. No obstante, Felipe II, que vio sus planes de anexionarse el país frustrados, desplegó a las tropas y el pretendiente tuvo que pirarse del país con las joyas de la corona encima y todo (que vendió para costearse una flota que se hundió estrepitosamente)
                                                                                                                  

Así que tenemos un Portugal de destino incierto, depositando su fe en un rey muerto (o eso dijeron los pocos que habían visto su cadáver),  y lidiando contra un monarca Español que celebraba con vino la poca movilidad de los espermatozoides de la casa real Portuguesa. En este confuso marco histórico digno de un esperpento, encontramos nuestra comedia.

                                                                                                                    
Espinosa el Pastelero
Todo comenzó con un cura, mejor dicho, un vicario benedictino. Pero no uno cualquiera. Fray Miguel de los Santos había sido confesor del rey Sebastián y un fiel seguidor de su supuesto sucesor Juan I, lo cual le valió el destierro y una colleja. Sebastianista y fiel seguidor de la independencia de Portugal de España, sobre todo por eso de poder volver a su casa, urdió una oscura idea cuando conoció a un tal Gabriel de Espinosa, un pastelero (en aquel entonces, fabricante de empanadas) que vivía en Madrigal. El empanadero guardaba un fuerte parecido con el monarca muerto (los dos eran pelirrojos, algo muy difícil de encontrar en aquel entonces) y hablaba además varios idiomas, por no hablar de    que sabía montar y de sus correctas maneras, parecidas a las del místico Sebastián. A Fray Miguel se le encendió la velita (por aquel entonces se decía eso en vez de la bombillita) y se puso en contacto con el empanadero. Tras contarle su plan, Espinosa aceptó viéndose pronto colmado de riquezas y dejándose de empanadas. Fray Miguel ya tenía un rey si, pero necesitaba algo más para que el plan colase. Necesitaba una reina, y no podía ser otra que Doña María Ana de Austria. Esta era una mujer de carácter aventurero, recluida en un convento desde los seis años. Prima de Sebastian, conocía sus hazañas bélicas y lo admiraba. Así Fray Miguel vio en ella una futura reina primero por ser de sangre real y segundo por admirar a su primito Sebastiano el pichafloja cual héroe Portugués. Así presento a Espinosa, bien arregladito y perfumado y a Doña María a través de una reja del convento. Y al conocerse, surgió el amor (que bonito…) . Muchos cronistas apoyan que se debe a la idolatría de Doña María a su primo, otros a las buenas maneras de Espinosa, pero hay otros tantos que afirman que Doña María se hizo la enamorada para escapar del puñetero convento y ser reina.
Doña María
Así ambos aprovechaos se prometieron para gran júbilo del fraile jeta, a la espera de que a Doña María la dejasen casarse (por eso de ser monja). Tras anunciar su futuro casamiento, muchos nobles acudieron a ver al rey cual Jesucristo resucitado, afirmando que el empanadero era el rey místico que liberaría a Portugual del yugo Español. Y parecía que todo iba a acabar bien: María reina, Espinosa rey y Fray Miguel de nuevo en Portugal y opositando para cardenal. Pero, como diría Felipe II, no mandes a un pastelero el trabajo de un rey… Espinosa, como él mismo y no de rey, fue por ahí de viaje con unas joyas de Doña María, hay quien dice que para venderlas y hay quien dice que huyendo del peligroso plan del fraile. Fardando de joyas reales y poniendo al rey a parir, fue detenido y encarcelado. Pero la mayor cagada vino cuando le pillaron al nene unas cartitas encima muy interesantes. Dos de Fray Miguel y dos de Doña María, ambas tratándole de “majestad” y “futuro marido de Doña María”.


Y al pastelero le descubrieron el pastel. Los juicios, liosos y laaaargos, utilizaron hasta la tortura. Se juzgó a todo Dios: A Espinosa, a Fray Miguel, a Doña Maria e incluso a la mujer de Espinosa, a la cual le dieron unas cuantas hostias. Espinosa sufrió la misma condena que los anteriores impostores (es decir, que la idea no era nada nuevo). El 1 de agosto de 1595 fue ahorcado en Madrigal con una tranquilidad propia de un hombre que sabe que le han pillado, para luego ser descuartizado y exhibidas sus partes por la ciudad. Fray Miguel tuvo mas de lo mismo. Tras quitarle el título eclesiástico, fue ahorcado, ahora de manera “legal” ante Dios, unos meses después de Espinosa. Su cabeza, para hacer compañía a la del empanadero, fue llevada a Madrigal. Doña María tuvo más suerte y se fue de rositas. Bueno, de rositas, rositas no: La encerraron en un convento de por vida. Eso si, cuando pasaron los años, llegó a Abadesa de Las huelgas, uno de los mayores cargos eclesiásticos a los que podía aspirar una mujer.


Se dice que Fray Miguel aseguró poco antes de morir que Espinosa era el auténtico Sebastian y que llegó incluso a creérselo. No obstante, se dice que su destreza con el caballo se debe a un tiempo en la milicia y que Espinosa no era sino un hombre que aspiró a mas y le salió mu mal.



Y así acaba una trama digna de Lope de Vega, con todos escarmentados y Portugal subordinado a España ¡Que bonito!